Dentro del agua azul de una piscina de las afueras de Cádiz se oyó comentar –estamos a mitad de julio– cómo y cuándo iban a librarse de la blanca Paloma, una perra ´snauzer´ adquirida por Navidad para dar capricho a la niña. A primeros de agosto debían partir para Montpellier y después a Niza. En el avión y en el tren les ponían serias objeciones, o unos altos complementos, para que se trasladara con la familia. Lo mismo ocurría con el hotel al pie de una playa del sur de Francia. ¡Este año, vacaciones francesas! Entre baño y baño clorado, una pareja de edad mediana, bronceada y de risa fácil proponía unos horarios: será por la mañana. No, mejor al anochecer. No, lo más efectivo es meterla en el coche y… Y luego se iban hacia el trampolín, se lanzaban. Nada más. Más nada.
La blanca Paloma dormiría su siesta de mediodía en el cesto de mimbre con almohadón a cuadros, cerca del collar para su pequeña vida de ser vivo con pensamientos sin palabras. Ajena a su meditada desdicha, echándoles de menos, esperándoles al volver a casa cuando se cansaran de nadar en olas de agua dulce y llegara el sol a deslizarse en el borde de los setos y la coronilla de las adelfas.
Son proyectos, esquemas, intenciones infames, infelices, pero no infrecuentes ni insólitas: la blanca Paloma no es una suposición. Son centenares de certezas de este verano.
M Francisca Ruano. Socia de la Protectora de Animales de Caceres
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